Sinopsis

Dentro de quinientos años, la humanidad será capaz de alcanzar uno de los planetas potencialmente capaces de albergar vida. ¿Qué pasaría si ciento once personas cruzaran el espacio durante más de veinte años para comprobar esta posibilidad? Con la tecnología disponible y los avances científicos alcanzados para entonces, mucho tendrían que decir estos viajeros sobre lo que encontrasen en él, e igualmente grande sería la responsabilidad que recaería sobre sus hombros. Porque, con todas las cosas que podrían pasar en la Tierra durante quinientos años, el que sobreviva a tan largo viaje se convertirá en la última esperanza para la humanidad.

La primera parte de Preludio del fin de la Tierra narra todo lo que tendrá que afrontar Gabriel cuando aterrice en un planeta al que no tiene más remedio que alcanzar, y en donde tendrá que emplear todas las habilidades a su alcance para mantenerse con vida y forjarse un futuro que no solo garantice su supervivencia sino la de la raza humana que queda en el moribundo planeta Tierra.

miércoles, 7 de junio de 2017

Gabriel. Parte III.

Hola,

Como prometido, os dejo con el final de la segunda entrada de Gabriel. No lo dije entonces, pero es de gran utilidad tener en cuenta la nota inicial del libro. Una especie de prólogo que ayuda a entender un poco cómo está narrado. Dice así:

"La historia que se cuenta en estas líneas se ha obtenido de los registros del Ordenador Principal de la nave espacial que en el año 2.514 despegó de la Tierra rumbo al planeta CGT342 y que Gabriel Heikes grabó en su memoria antes del final de sus días. Las referencias temporales, descripciones y sucesos están narrados según los conocimientos y el lenguaje de los seres humanos de la Tierra, tal y como el propio Gabriel los almacenó".




Sin más, os dejo con el final de la anterior entrada:

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Con el daño hecho, Dúminel y yo corrimos hacia la cabaña. Sabíamos con certeza que el rocty nos había visto. Había dejado de comer, y empezó a lanzar bufidos cada vez más fuertes y prolongados. Cerré la puerta de madera de la cabaña y la aseguré con una pala larga. Un detalle absurdo, aunque nos dio seguridad. Dúminel y yo nos apretamos para poder mirar al animal a través de los agujeros en la madera que formaba la pared del endeble cobertizo. Pudimos ver entonces que el rocty venía trotando hacia nosotros.


Tardó apenas unos segundos en alcanzar la cabaña. Aguantábamos la respiración como si estuviéramos sumergidos en el océano: sencillamente, respirar nos delataría ante el mastodóntico rocty, que no tardaría en derribar la cabaña y darnos una muerte segura. Sin embargo, lejos de todo eso, el animal empezó a deambular alrededor del cobertizo. Podíamos escuchar sus pisadas gracias a las condenadas piedras que antes nos habían delatado. Iba de un lado para otro, y por un momento pensé que estaba buscando la forma de entrar dentro de aquella débil (pero infranqueable para el rocty) muralla.


Sintiendo el bufido del animal y escuchando los susurros precavidos de Dúminel, me atreví a moverme y seguir la respiración del rocty. Pensé que, sencillamente, si el animal hubiera querido, nos hubiera dado caza sin pensarlo. Ignoro la razón, pero aquel comportamiento del animal hizo que despertara en mí una confianza inaudita.



Agucé el oído, y entonces caí en cuenta que, en realidad, los bufidos no eran tal cosa sino débiles inhalaciones. Entendí que estaba oliendo, en vez de resoplando. Aumenté mi osadía y me asomé por un resquicio mayor por el que ver al rocty. Y mi sorpresa fue grata cuando me encontré, directamente, con su ojo.

Él me miraba. Pude ver que sus pupilas me enfocaron, y lejos de sentir una violencia incontenible, descubrí sorpresa y curiosidad en aquellos ojos más grandes que mi cabeza. Volvió a inhalar, esta vez más fuerte porque tenía ante sí lo que antes había descubierto. Movió la cabeza en sentido horizontal, y yo lo interpreté como un signo de bienvenida. Y sin ninguna clase de vacilación, fui hacia la puerta y salí.

El rocty me localizó otra vez, y vino trotando en mi dirección. Por extraño que parezca, supe que no me haría daño: la ausencia de un rugido amenazante me lo dijo todo. Cuando me tuvo a su alcance, acercó su hocico a mi cuerpo e inhaló una cantidad inmensurable de aire. Tuve que esforzarme para no perder el equilibrio ante aquella depresión, pero mantuve el tipo como pude. Desconectado totalmente de la realidad, levanté un brazo hacia la mole asesina que tenía delante y toqué su áspera piel. Quise acariciarlo, pero ese gesto resultaba inverosímil con un animal de semejantes características, así que le froté la piel. No exagero cuando digo que me dolió la mano ante aquel cutis tan rudo, pero no por ello dejé de masajearle el hocico en un gesto que, esperaba, interpretara como amistoso.

Pareció gustarle, porque me dio un golpecito con su boca que casi me tumba al suelo. Pero se lo agradecí con otro masaje, esta vez con mi otra mano. Escuché a Dúminel a mis espaldas, que se asomaba con una mezcla de miedo y curiosidad. Casi como el rocty. Pensar aquello hizo que me dieran ganas de reír, pero como ignoraba qué podía ocasionar en el animal ese gesto, tuve que aguantar la carcajada. Éste se fijó en mi amigo, y avanzó hacia él.

– Acarícialo – me apresuré a advertir a Dúminel –. Como yo.

Dúminel, blanco de miedo, obedeció mis advertencias. Pero al comprobar que el rocty era inofensivo, se relajó también. Tuve una idea, y entré en la cabaña en busca de agua y verdura del día anterior. El rocty bebió con una lengua rosada incluso antes de que le hubiera tendido el recipiente, y se trago la verdura como si de un cacahuete se tratase.

No pareció gustarle demasiado, porque soltó un bufido y se fue hacia el trigo otra vez. Decidí entonces que era mejor no tentar a la suerte y mantenernos alejados. Dúminel me lo agradecería más adelante. Nos quedamos entonces sentados en el cobertizo viendo al rocty comer nuestros cultivos como si fueran suyos desde tiempos inmemoriables. Quizás así fuera.

Se fue a media mañana, cuando su apetito se satisfizo. Yo sonreía, y creo que Dúminel también, aunque no recuerdo su expresión. Hace ya muchos años de ese episodio. Sí recuerdo que, cuando el rocty se perdió de vista, el resto de los agricultores de aquel día salieron de entre la vegetación con cara seria y gestos aterrorizados. Querían saber si estábamos bien y si habíamos sufrido daños. Se quedaron con la boca abierta mientras le contábamos lo que había pasado.

El resto de la jornada lo dedicamos a organizar las cosechas y las plantas que el rocty había pisado con sus enormes extremidades. Nos fuimos a la Ciudad Enterrada más tarde de lo normal, pero todos contentos de haber visto una criatura como aquella.

Apenas puedo contar con los dedos de una mano las ocasiones en que volví a ver un rocty. Es curioso que todas las personas que conozco digan que se trata de una bestia feroz, amenazadora y letal. Puede que sea cierto. Yo mismo vi de lo que son capaces esos mastodontes. Pero una cosa sí es segura: aquel día, Dúminel y yo tratamos con el más absoluto respeto al rocty. Nos sorprendió, nos atemorizó y nos paralizó. Pero también nos demostró que es, como todos nosotros, una criatura que busca su lugar en este mundo. Y como todos, necesita de otros seres con los que compartir su entorno.

...

Tan solo desearía que los humanos en la Tierra hubieran hecho lo mismo conmigo. Y con ellos mismos.

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Espero que os haya gustado.

Más, dentro de un par de días.

¡Un saludo!

David Feijoo de Azevedo

3 comentarios:

  1. Hola! Soy nueva en tu blog, y ya te estoy siguiendo(:
    Espero que puedas visitar mi blog y seguirme de vuelta ^^ Un beso (-:

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  2. Hola, me encontré con tu blog así que tienes un nuevo seguidor, me quedo por aquí, un saludo

    Te sigo ya, desde;

    http://irresistibleleer.blogspot.mx

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  3. Precioso el fragmento y sus enseñanzas. Yo quiero un rocty al que acariciar!!

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